Esa gente del tren

tren

Ahora mismo, en el tren: niños con el reggaeton a toda leche.

Empiezo a irritarme y pienso en decirles algo.

Porque oye, desde el día en que, por primera vez, me atreví a llamarle la atención a uno de estos maleducados que van con la ¿música? (porque anda que va a dar la casualidad de que a alguno de estos le guste Led Zeppelin, no: todos van con el electro latino o el reggaeton de las narices) a todo trapo, ya nunca me contengo.

Pero entonces, me acuerdo de una amiga que, en una ocasión, me preguntó si no era más fácil cambiar de vagón que irritarme y discutir con la gente… así que respiro hondo, me levanto, doy media vuelta y me dirijo a la puerta que conecta con el siguiente vagón.

Al irme, paso delante del dueño del móvil infernal reggaetonero, a quien no había visto hasta ahora, ya que estaba sentada de espaldas a él.

Resulta ser un chiquillo muy jovencito, con mofletes adorables y unos ojos muy grandes y oscuros que me miran con una ligera inquietud, como sospechando que me piro por no aguantar su música.

La sorpresa al toparme con esos mofletes morenos y el inesperado tamaño de mi enemigo hacen que me sienta mal, porque, aunque no había llegado a decir nada, mi cara de cabreo hablaba por sí sola cuando he emprendido mi retirada.

Y como el zagal no deja de mirarme con esa mezcla de culpabilidad y congoja, suavizo mi expresión y le digo, en tono de reproche cariñoso: «unos auriculares baratitos, corazón…»

El chavalín, con la voz de un algodoncito (si los algodoncitos hablasen, claro), me pregunta «¿Lo quito?», a lo que yo respondo que eso me parecería lo correcto, pero que ya me da igual, que me cambio de vagón.

En el siguiente vagón hay:

-TRES reggaetoneros con un móvil más potente y la misma música (que, desde el respeto que le profeso a todo estilo musical y al hecho de que haya tantos gustos como colores, diré que es una mierda más grande que el gorro de Doraemon). Y estos ya en la edad del pavo, sin mofletes adorables y todo piernas larguiruchas estiradas hacia el pasillo que acaban en unas zapatillas como mi espalda de anchas y de largas.

-Una niña malcriada de unos 10 años gritando, haciendo como que llora, berreando, cantando y llamando a su madre a voces aleatoriamente, mientras tira un bastón de gomaespuma al aire.

-La madre de la niña malcriada hablando por el móvil a un volumen que me hace pensar que, con semejantes pulmones, para qué leches se gasta dinero en llamar por teléfono, si seguro que su interlocutor la está oyendo al natural desde allí donde esté.

Decido aguantar un rato por si la señora cuelga y le hace caso a su hija, a ver si, de paso, la cría también se calla por no tener que seguir llamando su atención.

Pero la única vez que la mujer se ha dignado a decirle algo a la niña, ha sido para espetarle un «serás gilipollas…» y al momento ha vuelto a la charla con su interlocutor telefónico, que ahora sé que es interlocutora porque se dirige a ella con un exquisito, elegante y sonoro «¡Chocho!».

Total, que cuando la señora esta le ha dicho a la tal «Chocho» que se bajará en la última parada, me he vuelto a cambiar de vagón y ya he decidido no moverme y quedarme infiltrada en un grupo de adolescentes en microshorts que van con los pies en los asientos, pero llevan el volumen del móvil más bajo y apenas se oye la bazofia que escuchan entre tanta risita y «tía, esto»,»tía, lo otro».

Además, el momento en que una se ha arrancado con palmas flamencas ha sido muy breve.

Yupi.

4 comentarios sobre “Esa gente del tren

  1. Deseo que tus viajes sean de cercanías.
    En tren regional serían una larga pesadilla.
    Gracias por hacernos sentir tus cabreos. Son parte del paisaje en tren. Variopintos
    .Claro! Los de fuera de la ventanilla suelen tener otro color, al menos el cristal amaina los ruidos, y siempre que no atravieses túneles.
    Me gustan tus crónicas viajeras, las haces como nuestras.
    Un abrazo.

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    1. ¡Qué amable! Muchas gracias por comentar.

      Y dicho esto, lo cierto es que algún tren regional cojo de vez en cuando… ¡y esos viajes los disfruto!

      En mi caso, son los cercanías los que siempre se retrasan, los incómodos, en los que encuentro más maleducados… Pero es cierto que no me propician tantas anécdotas que recordar.

      Un abrazo

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